La cita

Me acerco al mostrador con la intención confirmar la cita solicitada por Internet para hoy a las doce y cuarto. Lo corrobora la señorita que me atiende, todo simpatía y agrado: puerta veintitrés, segunda planta. Subo hasta la planta indicada y busco la puerta. Compruebo el orden ciertamente particular en la clasificación de los despachos médicos. Cuando logro hallar mi destino observo pegado a la puerta un cartel que con odiosa tipografía dice que  «Hoy no hay consulta, hable con el celador».

Vuelvo mis pasos hacia la simpática señorita que me atendió. Confirma que mi doctora no viene y me encamina al consultorio del doctor K, puerta 38, tercera planta. Me pide disculpas por no darse cuenta. Las acepto de buen grado y parto hacía en nuevo destino que enseguida encuentro. Coincidiendo con mi llegada a la sala de espera el doctor K asoma su cabeza por la puerta.

La consulta

–  ¿Después de María quién va?

–  Hola K, yo vengo por que mi doctora no está.

Ya se que los K eran una estirpe de eficientes agrimensores, luego topógrafos, pero una rama de ellos después de la guerra de los boers, se decantó por las ciencias de la salud,

–  Ah, hola, ahora te llamo.

Me llama y paso, a  pesar de la amistad entre nuestras hijas me trata de usted. Le explico los síntomas y mueve la cabeza, sólo un segundo, un escalofrío  me recorre la columna. Se va a hacer usted estos análisis: su edad y los síntomas me preocupan.

Gracias.

La petición

Hay dos puestos de trabajo para las citas de especialistas, análisis, etcétera. Nos hacen converger a todos en un cola, explicado mediante un cartel que por su agradable dicción podía haber puesto «el trabajo os hará libres». Observo que no nos miran la cara, supongo que nos deshumanizan para no sentir remordimientos si alguno de nosotros la palma. Uno de los dos se levanta y se va a tomar café. La que parece ser la jefa pasa por allí, un señor le pregunta algo y ella no se inmuta: hace como si no lo oyese. Dicen direcciones y números de teléfono a grito pelado y sin una pizca de decoro; nos tratan a todos de tu.

–  El veinte a las ocho ¿te viene bien?

–  ¿Jueves?

–  No sé, es veinte. La primera orina de la mañana la echas en el bote, ja ja, es veinte.

El análisis

Llego a la ocho menos cuarto con mis miserias dentro de un bote, metido en una bolsa y guardado en el bolsillo. Espero en el coche: hace frío y la puerta del ambulatorio está cerrada. Abren. Cuando llego ya hay otro cartel, en medio, con otra serie de normas estúpidas y mal escritas: hay que sacar el bote de cualquier envoltorio y quitarle la pegatina que lleva.

Fuera pudor, mi orina a la vista de cien personas, la entrego, me dan otros tres botes, probetas, o lo que sean. Pasa. De nuevo de tu y de nuevo sin mirarme. Paso. Un enjambre de enfermeros sentados en mesas que me han recordado la lista de Schlindler.

–  Adelante, siéntate, eres aprensivo ¿eh?.

–  Un poco, digo casi sin aliento.

–  Ale pues no mires. ¿Ves?, ya está.

–  Gracias.

Y me he ido, eran solo las ocho y cuarto.

httpv://www.youtube.com/watch?v=2Wgr9ln82_8

7 comentarios en “Dies sanatores

  1. Pingback: Bitacoras.com
  2. Entiendo que quienes ejercen la profesión médica, o prefesiones cercanas a ella, han de mantener cierta distancia con sus «clientes»; no les podemos pedir empatía, no pueden vivir nuestros males como propios sopena de acabar en un psiquiátrico antes de los 40… pero sí que nos traten como personas y no como números o animales…sólo como personas, aunque sea personas que les importen un bledo…
    Un abrazo

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